Desde la capital, Zagreb, donde las plazas adoquinadas conviven con cafés modernos y mercados locales, hasta los senderos del Parque Nacional de Plitvice, con sus lagos en cascada y puentes de madera, Croacia ofrece un recorrido diverso. En cada ciudad, hay algo que permanece: la herencia austrohúngara, los rastros romanos, la influencia veneciana, los sabores mediterráneos.
Zadar sorprende con propuestas singulares, como el Órgano del Mar —un instrumento que suena con las olas—, y atardeceres que han inspirado desde artistas hasta viajeros. Split, en cambio, vibra con otra intensidad: su centro histórico está construido dentro de un palacio romano, y al mismo tiempo es un punto de partida ideal para explorar islas como Hvar o Brač.
Dubrovnik, al sur, condensa buena parte del imaginario croata: murallas que resguardan una ciudad viva, calles de piedra que conducen a miradores frente al mar y un ambiente perfecto para una escapada en pareja, entre historia y descanso. Aquí, cada rincón puede volverse íntimo.
Más allá de sus postales, Croacia se distingue por la cercanía con la que se vive: alojamientos familiares, cocina local servida con generosidad, festivales al aire libre y rutas que aún se sienten auténticas. Es un país para moverse sin prisa, entre tierra y mar,
Hay experiencias que no se planean, pero se quedan para siempre. Son esos instantes que despiertan algo profundo: una vista que corta el aliento, un silencio que abraza, una sensación que solo ocurre cuando el viaje toca el alma. Aquí, cada lugar tiene su forma única de enamorarte.
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