Budapest se despliega en dos orillas. Buda, con sus colinas, fortalezas y calles adoquinadas; Pest, con sus avenidas amplias, cafés históricos y un Parlamento que impone desde la distancia. Caminar por la ciudad es descubrir capas de historia: desde los antiguos balnearios turcos hasta los memoriales contemporáneos que recuerdan las heridas del siglo XX. Al caer la tarde, los ruin bars del Barrio Judío muestran otro rostro: creativo, joven, profundamente local.
A tres horas en tren espera Viena, con un ritmo distinto, elegante y contenido. Aquí, los palacios no solo se visitan: se viven. El de Schönbrunn, con sus jardines geométricos y su historia como residencia de verano imperial, y el Hofburg, centro del poder de los Habsburgo. Pero también hay arte contemporáneo en el MuseumsQuartier, mercados callejeros, y cafés que siguen marcando el pulso de la ciudad con tazas de melange y trozos de sachertorte.
Ambas ciudades comparten raíces, pero cada una ha desarrollado su propia voz. Budapest sorprende con su autenticidad sin filtros; Viena seduce con su atención al detalle. Juntas permiten mirar hacia el pasado con sensibilidad y al presente con admiración. Es una combinación que cautiva tanto a amantes de la historia como a quienes buscan inspiración urbana y cultural.
Un viaje para descubrir el alma de Europa Central a través de dos capitales que se revelan con cada paso.
Hay experiencias que no se planean, pero se quedan para siempre. Son esos instantes que despiertan algo profundo: una vista que corta el aliento, un silencio que abraza, una sensación que solo ocurre cuando el viaje toca el alma. Aquí, cada lugar tiene su forma única de enamorarte.
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