Todo comienza en la región central, entre bosques nublados y pueblos que conservan su ritmo tranquilo. Allí, los senderos entre árboles gigantes, los jardines de colibríes y las caminatas guiadas permiten que tanto adultos como niños aprendan sobre los ecosistemas tropicales mientras los viven. Las zonas de Monteverde o el Parque Nacional Volcán Poás son solo algunos ejemplos de lugares donde el asombro es compartido por todos.
Hacia el norte, el Volcán Arenal se impone con su silueta perfecta. Aquí, las aguas termales naturales se convierten en espacio de descanso para grandes y pequeños, mientras que los parques de aventura ofrecen tirolesas, puentes colgantes y caminatas sobre lava petrificada. En los alrededores, es posible visitar plantaciones de café y cacao, una oportunidad para que los más jóvenes conozcan de dónde vienen muchos de sus sabores favoritos.
El Pacífico costarricense completa la ruta con playas tranquilas como las de Guanacaste o las aguas protegidas de Manuel Antonio, donde monos y perezosos acompañan los días de arena. Además, se pueden realizar actividades como snorkel, paseos en bote o caminatas por senderos frente al mar. Con una infraestructura pensada para el turismo familiar, Costa Rica logra ofrecer comodidad sin perder autenticidad.
Un viaje pensado para explorar sin prisa, sorprenderse juntos y llevarse en la memoria una aventura compartida con sentido.
Hay experiencias que no se planean, pero se quedan para siempre. Son esos instantes que despiertan algo profundo: una vista que corta el aliento, un silencio que abraza, una sensación que solo ocurre cuando el viaje toca el alma. Aquí, cada lugar tiene su forma única de enamorarte.
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