Mendoza no solo es la región vitivinícola más importante del país: es una forma de entender el tiempo, la geografía y el encuentro. A los pies de los Andes, esta provincia se ha ganado un lugar entre los destinos más prestigiosos del enoturismo mundial gracias a su equilibrio entre tradición y modernidad, hospitalidad y sofisticación.
La ciudad capital combina arquitectura moderna con plazas arboladas y una vida gastronómica en plena efervescencia. A pocos kilómetros, comienzan las rutas del vino que recorren los valles de Luján de Cuyo, Maipú y el Uco, donde las bodegas —algunas centenarias, otras de vanguardia— abren sus puertas con propuestas que van desde catas íntimas hasta almuerzos al aire libre entre hileras de viñas.
Aquí el Malbec es protagonista, pero no está solo. Cabernet Franc, Chardonnay, Bonarda y otras cepas completan un panorama que se expresa con carácter y elegancia. Las experiencias no se limitan a lo sensorial: hay historia, innovación y un respeto absoluto por la tierra y el clima, factores clave que moldean cada botella.
Mendoza invita a brindar, a mirar la montaña y a dejar que cada momento se quede en la memoria.
Hay experiencias que no se planean, pero se quedan para siempre. Son esos instantes que despiertan algo profundo: una vista que corta el aliento, un silencio que abraza, una sensación que solo ocurre cuando el viaje toca el alma. Aquí, cada lugar tiene su forma única de enamorarte.
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